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Como quien hiende la palabra en el tibio silencio de una página en blanco, y arrastra la sombra de su voz en el eco que nos deja, también se surca el cobre tránsfuga de la imagen por venir en el grabado. Digamos que el verso hace un tórculo poético entre líneas y la pluma puntaseca al filo del lenguaje. Los artistas de esta Torre —y sus invitados— experimentan en cada trazo el estrépito logrado en imágenes que nos conducen a la más suave decantación de un deseo, una contemplación, una luz, un oscuro, un color, un poema lavado en ácidos. Y ellos, los artistas, se saben asistidos bajo el denuedo de esta paradoja.
Sin desdén alguno a las otras muestras plásticas y gráficas que ilustran las paredes de esta Torre, el asomo hacia el grabado se consigue como un afán de convergencia. Es a partir de la poesía donde se acicala la edición del presente catálogo tras un recurso que reúna la belleza de la técnica, aguafuerte y aguatinta, el rigor y el talento; lo mismo que al despliegue de palabras en el hallazgo del texto. De este modo, la avidez en el objeto de Bordes, el folclor y la concupiscencia tratada por Cornelio, la dinámica experimental de Navarro, la integridad y pureza del grabado visto por Baca, los contornos luminosos de Valsoto, la carga expresiva de Garval, la transgresión espacio-temporal tras el hito cotidiano de Macías, así como el furtivo aleteo de colores y pasiones de Gil y Pablo —autores invitados a esta Torre— hacen de este encuentro una manifestación a ras de la placa mecida por el pulso que talla hasta la más tenue fijación de un verso en el imaginario de su creador, su grabador. Carlos López de Alba |
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